Una vez me dijo Enrique García-Máiquez -a cuento de una discusión sobre Joaquín Sabina- que una obra de misericordia sería "aplaudir al que se lo merece". Lo he estado meditando, y no lo es; es una obra de estricta justicia. Es decir, por donde hay que empezar.
La obra de misericordia es disculpar, buscar las vueltas para encontrar una migaja elogiable. Y luego mirar por esa puerta angosta, voluntaria, parcial, caritativa; afilar la mirada, entornar los párpados para que sólo entre la luz buena, por menuda que sea, y pensar que de esa migaja saldrá, si Dios quiere -que quiere- la criatura entera y nueva del asombro futuro.
2 comentarios:
Seamos justos: te mereces un aplauso.
Vaya que Enrique te ha dejado pensando. Fíjate como el tema ha sobrevivido (incluso hibernando en Cracovia si mal no entiendo y no me meto en cuestiones privadas).
Así visto, y pensando en las dificultades que podemos tener en aplaudir a quien lo merece, hacerlo sería una obra de misericordia hacia uno mismo; si acaso pudiera seguir pensándose que es una obra de misericordia (de terco nomás, pues ha quedado impecable e indiscutible su disertación).
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