Estoy, justo ahora, en uno de esos raros momentos en que la ansiedad –la residual, perenne y de fondo, esa otra piel– se marcha un rato por la ventana. Aquí, oyendo la música "para desaparecer dentro" del blogg de Toi, con una temperatura suave, en camiseta, fumando la pipa de la noche (la pipa de la paz). A esta hora última en que empiezan a inaugurarse nuevas andaduras intelectuales con los compañeros de siempre, y otros nuevos (tendréis noticias pronto). Ahora no chocan dentro de mí los vectores de fuerza, que tironean durante el día cada uno hacia sí: las guitarras me piden más (de hecho, son un harén), la mirada se me llena de fotos y más fotos, y la poesía late, por dentro, como invisible presencia y reproche (¿adónde vas, so loco? Quédate conmigo, que anochece).
Hay momentos, raros, que bien pueden ser recibidos como heraldos. Que resbalan como el rocío de las uralitas de los tejados, "en el frío turno que precede al alba", y despliegan sus alas de escarcha, y se van. Y dejan el rastro de una paz sin nombre, más allá de todas las contradicciones. Abro mi mano, que por un momento esta vacía, y lo agradezco. No todos los domingos iban a terminar mal.
2 comentarios:
Bravo! Jesús. Un abrazo.
¡Qué momentazo!
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