Nota bio-bibliográfica

13 de marzo de 2007

Dulces (y amargos) abismos

André Frosar dijo algunas ideas muy interesantes acerca del abismo entre los sexos, tomando el texto mítico del Génesis. El hombre, creado de la materia indiferente, de la fuerza ciega de la naturaleza, del pobre barro. El hombre, con sus pulsiones, con su tendencia egoísta y simple hacia las cosas, contiene la memoria de cuando estaba solo en el Edén. La mujer, al contrario, fue creada de la costilla del hombre (en arameo, significa lo mismo que "costado", "orilla", es decir, el punto justo donde termina el varón y empieza el mundo). Fue "creada para"; tiene, por tanto, siempre presente que su realización es "ser para otro", y no se aguanta ni a sí misma cuando no es así. Esto la hace superior, en cierto modo; visionaria, intuitiva, y extremadamente sensible (y esto es su talón de aquiles). Siempre está lo personal por encima de cualquier otro aspecto de la realidad, para ella. Este aspecto le encantaba a Chesterton, que veía en el varón un boceto inacabado de lo que después fue la mujer. Es en realidad, una idea poética, y lo justo es ver el equilibrio, la complementariedad, la contradicción entre los sexos -y la continua necesidad de llegar a un acuerdo, que los saca de sí mismos-.
La teología sobre la mujer tiene grandes nombres como Edith Stein, o Juan Pablo II, pero con el gran incoveniente de estar escrita en su mayoría por personas célibes. El efecto que hace el trato conyugal sobre el pensamiento acerca de estas cosas, es muy necesario. Atempera la secular tendencia humana a idealizar las cosas, o plantearlas en términos de todo o nada, de malos y buenos. Pues el abismo sigue abierto.

9 comentarios:

Bukowski dijo...

La primera parte de esta entrada podría traer bastante cola según qué cierto sector la leyera. "Que lo sepah".

E. G-Máiquez dijo...

Muy agudo Frossard. Por cierto, ¿era célibe o casado?

Anónimo dijo...

¡¡¡Ay los hombres!!! Qué no se enteran que sin sus mujeres no van a ninguna parte...

Juan Ignacio dijo...

El texto está muy interesante. Me permito la siguiente cuestión.

¿Cómo se entiende bien eso de "La teología sobre la mujer tiene grandes nombres como Edith Stein, o Juan Pablo II, pero con el gran incoveniente de estar escrita en su mayoría por personas célibes"?

Porque el célibe ha hecho una opción que en su escencia contiene a la del casado (no diré "es similar", no diré "es superior").

Dicho de otro modo, quien ha manejado un Mercedes Benz último modelo puede hablarle de autos a quien maneja un Beetle de los 60 (sabiendo como hacer para que este último no se sienta mal por sólo poder tener un Fiat 600 y sabiendo como hacer para que aspire a tener un auto mejor).

Si así no gusta, por parecer que le damos más importancia al celibato que al matrimonio, pongámoslo al revés.

Digamos que la escencia del celibato tiene algo de la escencia del matrimonio. Y entonces podemos hacer esta comparación.

Digamos que quien tiene una regla de cálculo puede enseñarle mucho de cálculos numéricos a quien tiene una calculadora científica último modelo. Porque la velocidad o facilidad para hacer las cosas es accesorio a lo escencial de las operaciones matemáticas.

Quien sólo maneja una regla de cálculo no conocerá de las dificultades de la vida diaria junto a la calculadora (que las pilas, que el display), pero eso no le impide hablar del tema.

Por cierto, quien hace teología tiene como función hablar de esos ideales, de esos blancos y negros. Y es claro que ese pensamiento y ese lenguaje no es el mismo (o mejor dicho no es el único) con el cual se vive, se dialoga entre amigos, o entre cura y confesor, o entre colegas de oficina. Es en esos otros momentos en donde se deben ver los grises, los "un poco", los "cuánto se ha logrado respecto al ideal".

Saludos.

Anónimo dijo...

Lo siento, Jaun Ignacio no estoy de acuerdo contigo. Quién tiene una regla de cálculo indudablemente tiene elevados conocimientos de matemáticas, pero no sabe usar una calculadora, no sabe localizar los signos, dar en la tecla exacta, comprernder que las pilas se van acabando y recargarlas y tratar con cuidado el artilugio pues si se cae puede romperse.

La vocación matrimonial y la sacerdotal son diametralmente opuestas. La sacerdotal implica una relación de dos, Dios y el sacerdote. La matrimonial requidere una relación de tres, marido-esposa- Dios, teneiendo en cuenta las hondas diferencias existentes entre hombre y mujer y lo delicado de su relación. No es que un sacerdote no pueda aconsejar a un casado, claro que puede, pero siempre estará conjeturando, o mejor dicho, teorizando, porque no tiene que ser del otro, no pertenece al otro, no es el Otro. Indudablemente cuando acudimos a un confesionario y hablamos de nuestros problemas con un sacerdote, no buscamos al hombre, buscamos a Dios que nos comprende y conoce en toda nuestra complejidad. Son vocaciones distintas, jamás complementarias. Que el sacerdote se quede con su regla de cálculo y el casado se compre muchas pilas y que cada uno calcule por su cuenta, lo que no quiere decir que no puedad comprobar resultados ni puedad charlar sobre sus problemas matemáticos, por Dios, todo lo contrario.

Jesús Beades dijo...

Clara ha hecho un comentario muy inteligente, y hace lo que yo no he sido capaz: seguir el símil que propone Juan Ignacio. Esta Clara me gusta a mí.

Juan Ignacio dijo...

Y yo estoy de acuerdo con Clara, porque terminamos diciendo lo mismo.

Hay similitud y hay diferencias, no es lo mismo pero se puede hablar, etc.

Nuestra discrepancia es simplemente que a uno le gusta reforzar una cosa y a otro la otra (quizás el culpable sea yo, porque si en la entrada se refuerza una cosa, para que irme para el otro lado).

De acuerdo con Clara, dije, excepto cundo dice: "La vocación matrimonial y la sacerdotal son diametralmente opuestas". En eso sí que no estoy de acuerdo. No, señor.

Marido, esposa, Dios, en un caso. En el otro, si quieres: Cura, pueblo, Dios.

Saludos.

Anónimo dijo...

Es verdad Juan Ignacio, te doy la razón, no son vocaciones diametralmente opuesta, mi feminidad tiende a la exageración, de hecho deben complementarse, pues la familia (madre, padre e hijo, si los hubiere) acude (o debe acudir) a esa otra gran Familia que es la Iglesia, y juntos deben conformar el Pueblo de Dios, claro que se complementan. La vehemencia puede conmigo.

Anónimo dijo...

hola sabes aprecio mucho el contenido de este articulo ya que en el presenta muchas