Hace siglos, íbamos de vacaciones a Gredos. Tenía yo once años y pantalones rotos con la palabras "Iron Maiden" escritas a boli (moda imperante entre los heavys pobres), cuando me enamoré de la hija de los dueños del camping, algo mayor que yo. Sufría de dulces melancolías entre la hora de jugar a las cartas por la tarde, y la hora de charlar en la penumbra de los veladores, mientras los mayores veían la tele en el bar y la noche caía sobre el pico Almanzor. Sufría esas horas, ese par de horas de ducha y bocata de salchichón, de mal de ausencia, como los bebés cuando ven salir de la habitación a su madre, que se figuran que se ha ido para siempre, y, claro, lloran. En la azulada penumbra de los pinos gané un beso, y en la pandilla aprendimos el sutil arte de las indirectas (ingenuamente faltas de sutileza, por supuesto, pero todo era aprender). Fui correspondido.
Desde entonces nos carteamos con pasión y arrebato y dolor de distancia, o sea, como Dios manda. Alguna vez nos vimos a lo largo de los años, si nuestros veranos -los de nuestros padres- coincidían en el mapa y en el calendario. El final de esta historia, años después, muchos años y barba y kilos y mediocridad después, es demasiado prosaico y urbano, y es más para un diario póstumo que para un blog público. Da igual. Escribo esto porque tengo la ventana a mi izquierda, y atardece. Y acabo de darme cuenta de que sigue en el cristal de la ventana una pegatina del Campingredos, casi borrada, como la que estuvo en la luna del Ford Taunus de mi padre, y a través de ella veo el atardecer, veo el mundo y todo lo que contiene. Veo el sol a través de esas letras gastadas, hundiéndose lento, indiferente, detrás del Aljarafe.
Escribo esto para cuando alguien limpie con alcohol el cristal, y no haya pegatina que me recuerde nada, para poder leerlo y convencerme de que mis recuerdos -recuerdos de recuerdos de recuerdos- son verdad y misterio que el sol se lleva, al otro lado del mundo, donde aún es mediodía.
13 comentarios:
Increíble. Ovación cerrada. Pero deberías haber contado el final.
Qué bonito. Salvando las distancias, me ha recordado al pasador de pelo del poema de Juaristi.
Uf!
Es un piropo.
soy la cuarta en decir qué impresionante. Y tan maruja como Buko: ¡queremos el finaaaaal!
vaya ¿en que lugar me dejará esto?lo digo por eso de la mediocridad de tu vida de ahora... en fin, los recuerdos, que poderosos, la memoria, esa vieja mentirosa...
Admito que lo de la mediocridad es un toque sobreactuado, para aliñar el poema. Nunca mejor que ahora, oro de mis días.
Tú lo has dicho: ¡el poema!
Yo no quiero el final.
Cuando alguien limpie con alcohol el cristal y se borre la pegatina, creo que el recuerdo será más brillante, y brillante y brillante.
!Que bonito!, pero ¿que pasó? Me come la curiosidad ¿que pasó?
Un aplauso y un abrazo Jesús.
Ostras, Beades... siento no aportar nada a lo que ya han dicho los nobles comentadores precedentes: ¡impresionante!
Pasó lo que suele pasar, la ola de la vida nos arrastra a otras playas, nos falla la memoria, y vas olvidando su cara, sus ojos, su sonrisa y el brillo de su mirada... Y empiezas una nueva búsqueda en medio de un baile de máscaras, deseando volver a sentir aquel temblor en tu cuerpo cuando te dijo en voz bajita al oído...
Veranos de melancolías, y muchas veces pensamos "cómo ha cambiado todo", pero no, somos nostros los que cambiamos. Muy evocador.
Un saludo
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