Nota bio-bibliográfica

14 de septiembre de 2009

Apología del coleccionismo de muñecos

Suso me ha hecho pensar en el llamado "objeto del amor". Ese giro chestertoniano ("Lo que importa no es saber adónde va el amor, sino de dónde viene") revela una verdad: se puede amar de maneras muy distintas el mismo objeto (objeto en su sentido filosófico), pero eso convierte el lenguaje en una ficción necesaria. El "yo amo" de una persona, y el "yo amo" de otra responderían a dos realidades distintas (no digo "absolutamente distintas" porque me parece imposible, pero sí muy distintas). Como lo que dice Lewis: decir "a ti te gusta leer a Dante, y a mí me gusta ver el futbol" en realidad es un espejismo del lenguaje, pues ese verbo, gustar, responde aquí a dos realidades diferentes.

Muy bien. Pero... ¿Y si el amor que se tiene es contemplativo, al modo en que lo explica Suso, y el objeto aparentemente indigno? Pienso en el coleccionista, también de dos tipos: el que le gusta decir: "me ha costado un pastón, sólo hay mil ejemplares", y ese otro que mira su muñeco de Skeletor, o su sello decimonónico, o su avión de hojalata, o su Mini del 73, o su Fender Stratocaster del 62, y pienso que la vida, al fin y al cabo, es hermosa, y que si los hombres hacen esas maravillas no todo está perdido. Y se le alegra el corazón.

En este último caso solemos hablar, con demasiada ligereza, de idolatría. Y sin embargo, es evidente que el muñeco no es Dios, ni siquiera un dios. Más fácil es confundir el amor erótico con un dios (que se convierte en demonio, por tanto), que a un Darth Vader de 12 pulgadas. Su humilde plástico y su desvalida escala nos lo impide. Sencillamente, sentimos que hay "algo divino" ahí dentro. El coleccionismo, por tanto, es un método estrafalario, chestertoniano, de renunciar a la idolatría.

20 comentarios:

Suso dijo...

Está bien visto. Yo creo que es muy difícil llegar a Dios- que nunca se llega- sin contemplar su reflejo aquí abajo, en las personas, en las cosas - aunque aquí nos metemos en asuntos muy personales.

No vemos la luz - que es invisible- pero sí objetos iluminados: que ya es algo.

Gracias por citarme, y por escribir...¡vago!

Jesús Cotta Lobato dijo...

Yo creo que los únicos sustitutos dignos de Dios son el amor y el arte. Endiosar otras cosas es una tontada.

Adaldrida dijo...

Grande, Beades. Y una forma de seguir siendo niños. Como yo con mis coloretes, ay.

Jesús Beades dijo...

Querido Cotta: no existen sustitutos "dignos" de Dios. Si algo reclama su lugar como si fuera Dios, es un demonio para nosotros. De lo que Lewis advierte (supongo que en Los cuatro amores) es de la mayor facilidad que tiene el amor-Eros para exigirnos como un dios, a diferencia del sencillo amor-afecto, o del elegante amor-amistad. Es decir, es un amor, en ese sentido, más peligroso. (Quizá sea uno de los fundamentos del celibato, pero no lo creo). Así, una amor-afición como es el coleccionismo, o los paseos por el parque, o el amor por las tartas de chocolate (los ingleses dicen "I love" para esto), no corren ese peligro de endiosamiento. Esa es mi tesis.

Además, doy por descontado que muchos juguetes y figuras de acción son verdaderas obras de arte, por seguir con tu comentario.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Pues, hala, me has convencido. Pero, en fin, yo quería decir que, si bien Dios no puede ser sustituido por nada, más vale que el becerro de oro sea algo grande como el arte que algo pequeño como las tartas de chocolate. Un abrazo.

Jesús Beades dijo...

"Lo más alto no se sostiene sin lo más bajo"

"Al final, si no hemos elegido a Dios, da igual que hayamos elegido en su lugar".

(C.S.Lewis)

Joaquín Moreno dijo...

Ojalá el coleccionismo de muñecos fuera unívocamente un remedio contra la idolatría. Pero los muñecos son arte, después de todo, igual que los comics y los graffitis; arte extraño, como nuestra época es extraña, débil y menesteroso comparado con muchas obras del pasado, contaminado de mercantilismo, pero arte al cabo (perdón por tantas asonancias en a-o). Y cualquiera de sus detalles puede idolatrarse. Pero, sin llegar a ese extremo, los muñecos alegran el corazón y devuelven algo de confianza en el espíritu humano -o, por lo menos, en el de los niños, capaces de zambullirse a través de ellos en la belleza y la moral, o en la belleza de la moral. Arroja luz sobre nuestra identidad contemporánea. Y, si acaso, también le dan un poco de celos a nuestras novias. Y un respeto, hombre, que un Darth Vader de 12 pulgadas no es ni triste ni pobre, jaja, por lo menos el tuyo, en la cúspide de la pirámide juguetaria!

lolo dijo...

Coleccionar me suena a intentar retener, cuando creo que hay que soltar y desasirse.

la princesita dijo...

¡lo esencial es invisible a los ojos!. Y tal vez, sólo tal vez no sea tan malo querer retener, uno intenta siempre querer agarrar lo que le ha hecho feliz, en cierto modo recordar es retener, y un niño grande de 31 años por ejemplo, al sostener un muñeco que colecciona, que le recuerda a su infancia, a las noches de reyes, lo que agarra, lo que sostiene, lo que anhela es encontrarse un poco más consigo mismo, vislumbrar esa parte esencial que en un modo oculto, no sé como decirlo, es invisible a los demás. Quizá me equivoque pero uno tiene que desprenderse de cosas efimeras, y agarrar muy fuerte lo que le hace feliz. Acumulamos mil tonterias, los dibujos de la infancia, los viejos controles, las entradas del cine de aquella novia, los libros de barco de vapor... y ya de viejos, algunos coleccionan muñecos, quiza intentan no olvidarse de los niños que fueron, y en realidad, sólo los niños saben lo que buscan, lo esencial es invisible a los ojos.

Sigue domesticandome viejo zorro, y empezaré aser feliz desde las tres.

Juanma Suárez dijo...

Pues tendrías que ver mi cuarto, lleno de peluches, muñequitos de los Kinder Sorpresa y mi réplica de 20 centímetros de Mazinger-Z... Amén de, por supuesto, la discografía completa, ampliada y revisada del maestro Knopfler... Pero es cierto lo que dices: ninguno de estos objetos me llevan a la idolatría... (creo).

lolo dijo...

No veo mal en las cosas, sino en el hecho de coleccionarlas.

Coleccionar cosas porque nos acercan a Dios me parece realmente un giro estrafalario, cuanto menos.

O tal vez coleccionamos cosas porque no encontramos a Dios.

lolo dijo...

Me gusta el ritmo de tu blog; permite seguir pensando.

lolo dijo...

No, no me alcanza la razón para seguirte en tu apología.
Pero la intuición, que anda más suelta, me sigue diciendo: no vayas, sólo te encontrarás a ti.

Ha sido un bonito ejercicio, gracias.

Jesús Beades dijo...

De nada, Lolo. Un placer.

Yuria dijo...

Profundas reflexiones y muy interesantes.

Un saludo.

Alejandro Martín dijo...

Jesus! Come to us!!

Píramo dijo...

Es cierto, el coleccionismo no es idolatría, es filantropía. Pero sólo si la colección es digna del hombre.

lolo dijo...

Ordenando fotografías pensaba que en el fondo las colecciono.

Intento atrapar lo que ya pasó, agarrarme a momentos-ídolos, amándolos.
Claro que no amo la cosa en sí; es un intento de sujetar lo que no es mío, el tiempo. Lo que el tiempo ha tenido de hermoso.
¿Lo idolatro? no, me recreo. Contemplo.
Se parece un poco a lo de tus muñecos.

Y casi, casi me voy a la apología contigo. Si no fuera porque ordenar fotografías acaba por sacarme de quicio.

Artemi dijo...

Por si aporta algo a estas reflexiones tan interesantes... es un poema de Coventry Patmore, traducido por Elise Diego y publicado en "Letras Libres" (marzo de 2007) con una estupenda reflexión sobre la traducción, "El aroma del original" Llego un poco tarde, pero bueno. El poema se titula "Los Juguetes":

Mi hijo pequeño, el de ojos pensativos
y andadura y lenguaje de persona mayor,
habiendo transgredido siete veces mi ley,
le pegué, y despedí
con ásperas palabras, sin besarlo
–su madre, tan paciente, muerta ya.
Y luego, temeroso de haberlo desvelado,
hasta su cama fui,
mas lo encontré dormido en un sueño profundo,
los párpados sombríos, y las pestañas húmedas
del sollozo final.
Y yo, con un gemido,
sus lágrimas besé, dejando en vez las mías,
pues vi que en una mesa, muy cerca de su almohada,
había puesto a su alcance
unas fichas, su piedrita veteada de rojo,
un pedazo de vidrio pulido por la playa,
cinco o seis caracoles,
un frasco con caléndulas azules,
dos o tres centavitos franceses, todo en orden
para aliviar su triste corazón.
De modo que al rezar aquella noche
a Dios, llorando dije:
“Ah, cuando al fin, frenado ya el aliento
para no molestarte con mi muerte,
y tú recuerdes los juguetes

margarita dijo...

muy bonito lo que pone... en lo personal y, de unos años a esta parte, no encuentro utilidad vital alguna a las teorías de otros, pero en este caso concreto coincido en que las cosas bellas nos hacen pensar en la belleza absoluta... y este pedazo de texto bello, me hace pensar en la belleza que mora en el alma de todos: aunque no podamos creer que tengan algo bueno, lo tienen, lo tiene...