"¿Qué tiene que ver la elegante basílica romana con el cristianismo? Es un simple mercado, sin modificaciones de relieve. ¿Qué tiene que ver la románica Iglesia-castillo de la Edad Media con la indefensión de Jesús? ¿Qué tiene que ver el fáustico asalto al cielo del arte gótico con el "cercano a la tierra y manso de corazón"? Y (si pasamos de largo el Renacimiento, con silencio contenido) ¿qué tiene que ver el esplendor barroco con la cruz desnuda? Muchos se alegran de que al cristianismo le haya faltado la voz desde entonces: menos mal. El cristiano se avergüenza de su pasado cuando lo contempla con ojos de "hombre moderno". (Las hordas que recorren Europa presurosas y ciegas, de monumento en monumento, no entran ya en la cuenta: son termitas de la decadencia).
Pero el cristiano no debería avergonzarse. Tendría que saber distinguir entre la fe y su expresión. La fe puede ser infinita, si ama: la obra es finita. La fe puede ser intemporal, la obra es temporal. Y la obra contiene en sí una llamada y una dura exigencia de más fe. Como la santa barroca extática, de húmedos ojos entornados: ¿Te has abandonado a Dios de forma que él pueda poseerte como a ésa? Tú, que apenas puedes contener la risa cuando oyes hablar de armonía, ¿has tenido, ni de lejos, el alma en disposición de reflejar la pureza de Palestrina o de Haydn?"
(Hans Urs Von Balthasar, Quién es cristiano. Ed. Sígueme, 2000. Pág. 20)
Pasando de largo –por hoy– las muchas vetas que abre este fragmento, me fijo en la condición exigente de la obra de arte (cristiano, en este caso). En su doble condición de finitud que expresa una infinitud, revela y oculta. Nos da la sed, y sólo un poco de agua. Para los gentiles, puede ser una experiencia extática contemplar un cuadro del Cinquecento. Para los cristianos, a menudo, una decepción, un "tampoco así eres Tú". Pero Balthasar va más allá con su pregunta retórica. Un más allá que al lector caprichoso (como un servidor) le suele poner incómodo.
7 comentarios:
Es difícil responder a la pregunta de Balthasar.Primero habría que ser de esa cultura. Con Ratzinger sucede lo mismo. Ellos,los centroeuropeos, tienen una formación donde valoran mucho el arte, la música,la liturgia.
Ratzinger, en Dios y el mundo, le da mucha importancia a la defección de muchos católicos alemanes después de los cambios en la liturgia en el Vaticano II: se desvirtuó, se hizo hortera y cursi, se abandonaron gestos, ritos, lenguas y músicas, que para ellos eran camino de la Fe. Sin ellos se encontraabn desasistidos.
Por allí creo que va Balthasar...por otro lado, Bach, por ejemplo, puede llevar a poner "el alma en disposición"...buena frase, por cierto: necesitamos que esas cosas- puede ser el arte la literatura...¡tantas cosas!- nos pongan el alma en disposición.
Permíteme una nota sobre Balthasar: he leído muchos libros suyos y siempre acabo "alucinado" ante tanta hondura y amplitud oceánica. Si os asomáis a su inmensa trilogía (15 tomos) Gloria-Teodramática-Teológica, sentiréis que una fuerza mayor, como una ola gigantesca, os arrasa. Y se queda uno en la arena, todo pancho, más feliz que unas pascuas, contemplando el ancho mar.
Te la permito con mucho gusto, Susoares. Yo chapoteé un poco en las aguas de Gloria, sobre todo en los "Estilos laicales", y me quedé fascinado. No en vano Ratzinger lo considera el teólogo más grande del siglo, y Juan Pablo II lo tenía en tan alta consideración.
Sal del Opus, todavía eres joven...
Como dijo lobo en Pulp Fiction: "dejemos de comernos las pollas"
Vengo del blog Fortea y me encuentro una maravillosa cita de Balthasar, me resulta difícil creerlo...
No he leído suficiente teología, me siento incapaz, por eso admiro profundamente alos que son capaces de llegar a los grandes teólogos.
Es el eterno dilema entre las maravillas de la creación y el débito mismo del ser humano con su fe o con seguimiento cristiano. Para mí es un dilema sin solución, pero como soy una diletante no puedo por menos que seguir anclada en esas maravillas; mi solución, parcial y lo admito, es tomar distancias con el autor de la obra, es la única manera de no encontrar ciertas contradicciones. El oro en sí no es malo, tampoco el artesano que lo trabaja con la mejor de las disposiciones, lo malo es el valor que se le de; aquellos indios que se bañaban en oro sin saber que un día otros vendrían para arrancárles hasta la vida por aquel polvo brillante...
Bueno, no sé si he consegudio explicarme.
Saludos, me gusta su blog.
Gracias, Eudora, por tu atinado comentario, y por la visita. Yo también experimento esas contradicciones que dices, y aún otras.
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