20 de agosto de 2007
Live After Death
Cuando fui a Lisboa el otro día, disfruté muchísimo, con los bares, con los tranvías, con las fachadas mugrientas hacia el castillo, con mi señora poniéndole rostro a tanta ciudad blanca. Pero la Lisboa que conocí la primera vez, en un tiempo confuso de libertad estupefacta, con Pablo y sin un duro, la Lisboa aquella que me enamoró del todo, no estaba. O estaba, pero muy adentro, como una melodía que sonara a través de una gruesa manta. A este lado de la manta había numerosas figuras apreciables, claro. Les he hecho muchas fotos.
He vuelto a escuchar los discos de Iron Maiden, el grupo de música por el que sentí mi primera pasión musical. Y estoy disfrutando mucho también, y no sólo por la remembranza, sino por la música concreta; y este disfrute está vedado a otros colegas músicos, que no entienden un gusto tan friki y pasado de moda. Mi infancia me abre las puertas a un disfrute actual. Lo que empezó por curiosidad nostálgica, me otorga ahora renovados placeres. Pero los Maiden que yo viví, sumergido en las ilustraciones de Derek Riggs, fascinado por el poderío escénico, por la contundencia sonora, por las soñadoras melodías y dobles voces pensadas por Steve Harris -bajo un vestido de metal pesado-; todo aquello, los pósters, la furtividad en horas de clase, la entrega, ya no está. O está, pero muy de fondo, como unas voces escuchadas bajo el agua.
Y todo eso que estaba, y ya no está, ¿dónde está? Algo dice C. S. Lewis en Surprised by Joy; dejo a los lectores el gran gustazo de leerlo por sí mismos. Por mi parte, ahorraré al respetable "el paquidermo mustio de mi filosofía", aunque sea esta vez.
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2 comentarios:
Todo se va, querido amigo, todo se va
No comparto contígo la pasión por Vega (ni por Iron Maiden), pero por supuesto Lisboa, Lisboa.
Me alegro mucho de verte, de vez en cuando, por mi ventanita.
Siempre es una sopresa.
(La antología va, lentísima, pero va.)
¡Muchos besos, Jesús!
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